Muchas personas que cuidan su alimentación para reducir el sobrepeso, descuidan un factor tan importante o más que la propia elección de los alimentos que ingerimos: las cantidades. Diversos estudios han confirmado que comemos más cuanto mayores son las raciones que tenemos inicialmente en el plato: se come hasta un 45% más cuando se sirven raciones más grandes.
¿Qué nos lleva a tomar raciones excesivas cuando comemos en casa? Cuando la persona que va a cocinar decide la cantidad a preparar de un plato, no quiere correr el riesgo de que después los comensales se puedan quedar con hambre, por lo que prepara siempre un poco más de lo que cree que será necesario. Luego, en la mesa, preferimos que no quede una pequeña porción de comida en la fuente (los "restos" que luego ocupan tanto espacio en la nevera), por lo que insistimos en repartir todo el contenido de la fuente entre los comensales. Éstos, que están muy bien educados, saben que si dejan parte de la comida en el plato se podría pensar que no les ha gustado, por lo que hacen lo imposible por dejar el plato vacío. Y así, de esta forma, nos estamos sobrealimentando un día tras otro.
Por otra parte, cuando comemos en un restaurante no somos nosotros los que llenamos los platos ni decidimos el volumen de las raciones. De hecho, el tamaño de éstas ha aumentado en las últimas décadas. Se ha impuesto el "coma más por menos dinero", con vasos gigantes de refrescos, hamburguesas XXL, enormes paquetes de palomitas en el cine y productos similares que se imponen como motivación de compra. Una hamburguesa XXL puede suponer la mitad de nuestras necesidades energéticas para todo el día.
¿Qué hacer? Cuando vayamos a comer en casa, preparar sólo la cantidad de comida que corresponda a una ración razonable para cada comensal o, si preparamos más, llevar los platos ya servidos en la cocina, dejando allí el posible excedente comida por si alguien pidiese repetir. Otra medida sencilla y muy eficaz es reducir el tamaño de los platos, para que sólo quepan raciones más pequeñas; aunque dejemos abierta la posibilidad de repetir, el resultado será que comeremos menos. Podemos utilizar platos de postre o, si fuese necesario, vale la pena comprar un juego de platos de diario con menor capacidad.
Cuando comamos en un establecimiento de comida rápida, aunque es difícil resistir la atracción de más cantidad por casi el mismo precio, debemos esforzarnos por ceñirnos a la ración que hubiésemos pedido caso de no existir dichas ofertas. En otros restaurantes podemos pedir platos para compartir entre varios. En cualquier caso, aunque a primera vista nos parezca un desperdicio, sería muy interesante adquirir el hábito de dejarnos siempre un poco de comida en el plato: para las personas con sobrepeso es mejor tirarla que acumularla en forma de grasa.
domingo, 9 de mayo de 2010
Los postres
Normalmente, en una comida nos saciamos con el primer y segundo platos, y cuando llegamos al postre ya no tenemos hambre. El postre en una parte de la comida con una finalidad puramente hedonista, lo cual, por otra parte, tampoco es malo. Lo que sí interesa es ser conscientes de que no necesitamos el postre para saciar el hambre, sino que lo tomamos buscando un broche placentero para la comida.
Hemos dicho que el postre no tiene por qué ser malo, ni siquiera cuando nos proponemos bajar de peso, pero lo que sí es malo es un postre excesivo. Y con demasiada frecuencia los postres son excesivos: una ración de tarta puede aproximarse al cuarto de kilo, con una carga calórica superior al segundo plato. En Adelgazar.net proponemos una alternativa diferente según la persona o la situación concreta de que se trate:
Si puedes, acostúmbrate a pasar directamente del segundo plato al café. Ya que su función no es quitar el hambre, tomar un postre no deja de ser una costumbre y, como tal, podemos modificarla para prescindir de él. Es cuestión de unas semanas que nos resulte natural tomar un café después del segundo plato.
Si no deseas prescindir del postre, recurre a la fruta de temporada preparada. Cuando después del segundo plato nos ponen el frutero delante de las narices, es frecuente que no nos satisfaga, y se debe unas veces al aburrimiento (las peras y manzanas de siempre) y otras a la pereza (hace falta valor para ponerse a pelar un kiwi con el cuchillo de mesa). Sin embargo, casi cada mes tiene alguna fruta que está deliciosa y que no se da el resto del año, con lo que no te aburre: fresas, mandarinas, paraguayas, uvas, granadas, sandía, cerezas,... cualquiera de ellas, previamente lavada y troceada, es una fiesta. Y si no tienes fruta de temporada, échale un poco de imaginación y dedica diez minutos a hacer una macedonia con las peras, manzanas y plátanos de siempre; sólo hay que pelarlas, trocearlas y echarles un chorrito de zumo.
Bien, supongamos que eres de los que no sólo no puede prescindir de postre, sino que además necesita que éste sea dulce. Aun en este caso hay soluciones de compromiso jugando con las cantidades. Si estás en casa, pon raciones muy pequeñas de dulce (recuerda que ya no tendrás hambre), y si estás fuera de casa pide un único postre para compartir varias personas (es esta una costumbre muy extendida y aceptada). Incluso puedes recurrir a una onza (sólo una) de chocolate negro.
Hemos dicho que el postre no tiene por qué ser malo, ni siquiera cuando nos proponemos bajar de peso, pero lo que sí es malo es un postre excesivo. Y con demasiada frecuencia los postres son excesivos: una ración de tarta puede aproximarse al cuarto de kilo, con una carga calórica superior al segundo plato. En Adelgazar.net proponemos una alternativa diferente según la persona o la situación concreta de que se trate:
Si puedes, acostúmbrate a pasar directamente del segundo plato al café. Ya que su función no es quitar el hambre, tomar un postre no deja de ser una costumbre y, como tal, podemos modificarla para prescindir de él. Es cuestión de unas semanas que nos resulte natural tomar un café después del segundo plato.
Si no deseas prescindir del postre, recurre a la fruta de temporada preparada. Cuando después del segundo plato nos ponen el frutero delante de las narices, es frecuente que no nos satisfaga, y se debe unas veces al aburrimiento (las peras y manzanas de siempre) y otras a la pereza (hace falta valor para ponerse a pelar un kiwi con el cuchillo de mesa). Sin embargo, casi cada mes tiene alguna fruta que está deliciosa y que no se da el resto del año, con lo que no te aburre: fresas, mandarinas, paraguayas, uvas, granadas, sandía, cerezas,... cualquiera de ellas, previamente lavada y troceada, es una fiesta. Y si no tienes fruta de temporada, échale un poco de imaginación y dedica diez minutos a hacer una macedonia con las peras, manzanas y plátanos de siempre; sólo hay que pelarlas, trocearlas y echarles un chorrito de zumo.
Bien, supongamos que eres de los que no sólo no puede prescindir de postre, sino que además necesita que éste sea dulce. Aun en este caso hay soluciones de compromiso jugando con las cantidades. Si estás en casa, pon raciones muy pequeñas de dulce (recuerda que ya no tendrás hambre), y si estás fuera de casa pide un único postre para compartir varias personas (es esta una costumbre muy extendida y aceptada). Incluso puedes recurrir a una onza (sólo una) de chocolate negro.
El exceso de sal en la comida
La sal, al igual que el azúcar, tiene un cierto efecto adictivo: dentro de unos márgenes, al cabo de los años el cuerpo nos va pidiendo un poco más de sal en nuestros platos para que nos resulten sabrosos. Pero el gusto por la sal es adquirido y, por ello, es perfectamente posible modificarlo, de modo que tras una temporada empleando muy poca sal, necesitaremos mucha menos cantidad que antes para encontrar todo su sabor a los alimentos.
El sodio es un elemento presente de forma natural en nuestro cuerpo, por lo que consumir un poco de sal (unos 4-6 gramos diarios para los adultos y 3-4 gramos para los niños), es necesario para reponer las pérdidas de sodio producidas en la orina, transpiración, vómitos o diarreas. El problema es que la tomamos en exceso pues, cuando nos hablan de la sal todos tenemos en la cabeza la imagen del salero, pero pocos son conscientes de la gran cantidad de sal que nos llega ya incorporada a infinidad de alimentos procesados, como las pastillas de caldo, los embutidos, los quesos duros, los encurtidos, los precocinados, etc. Además, aparte de la sal (cloruro sódico), en los alimentos procesados hay otros aditivos alimentarios que contienen sodio, como el potenciador del sabor glutamato monosódico E-621, de uso muy extendido en la industria alimentaria.
Un consumo excesivo y prolongado de sal tiene unos efectos muy perjudiciales para nuestra salud: retención de agua, (con el consiguiente aumento de peso y mayor trabajo para corazón, hígado y riñones), riesgo de hipertensión arterial y empeoramiento de los síntomas asociados a enfermedades coronarias, hepáticas y renales. Estos problemas no suelen lograr que nos concienciemos para controlar la sal, pues la mayoría de ellos no presentan síntomas, no avisan ni producen dolor alguno durante años... hasta que se presenta la enfermedad inducida por ella.
En el mundo desarrollado el consumo de sal es casi el doble de la cantidad recomendada y, como ya hemos dicho, la mayor parte de ella nos llega ya incorporada a los alimentos que compramos en la tienda. Por este motivo, además de intentar evitar los productos alimenticios más salados, hay que controlar mucho la cantidad de sal que añadimos voluntariamente a la comida que preparamos. Para ello la cocina sana recurre a las hierbas aromáticas y a las especias, que añaden aroma y sabor sin aumentar el nivel de sodio; prueba a condimentar primero con ellas, probar la comida, y luego, sólo si hiciera falta, agregar un poco de sal.
El sodio es un elemento presente de forma natural en nuestro cuerpo, por lo que consumir un poco de sal (unos 4-6 gramos diarios para los adultos y 3-4 gramos para los niños), es necesario para reponer las pérdidas de sodio producidas en la orina, transpiración, vómitos o diarreas. El problema es que la tomamos en exceso pues, cuando nos hablan de la sal todos tenemos en la cabeza la imagen del salero, pero pocos son conscientes de la gran cantidad de sal que nos llega ya incorporada a infinidad de alimentos procesados, como las pastillas de caldo, los embutidos, los quesos duros, los encurtidos, los precocinados, etc. Además, aparte de la sal (cloruro sódico), en los alimentos procesados hay otros aditivos alimentarios que contienen sodio, como el potenciador del sabor glutamato monosódico E-621, de uso muy extendido en la industria alimentaria.
Un consumo excesivo y prolongado de sal tiene unos efectos muy perjudiciales para nuestra salud: retención de agua, (con el consiguiente aumento de peso y mayor trabajo para corazón, hígado y riñones), riesgo de hipertensión arterial y empeoramiento de los síntomas asociados a enfermedades coronarias, hepáticas y renales. Estos problemas no suelen lograr que nos concienciemos para controlar la sal, pues la mayoría de ellos no presentan síntomas, no avisan ni producen dolor alguno durante años... hasta que se presenta la enfermedad inducida por ella.
En el mundo desarrollado el consumo de sal es casi el doble de la cantidad recomendada y, como ya hemos dicho, la mayor parte de ella nos llega ya incorporada a los alimentos que compramos en la tienda. Por este motivo, además de intentar evitar los productos alimenticios más salados, hay que controlar mucho la cantidad de sal que añadimos voluntariamente a la comida que preparamos. Para ello la cocina sana recurre a las hierbas aromáticas y a las especias, que añaden aroma y sabor sin aumentar el nivel de sodio; prueba a condimentar primero con ellas, probar la comida, y luego, sólo si hiciera falta, agregar un poco de sal.
lunes, 3 de mayo de 2010
Cuidar el peso al comer fuera de casa
Muchas personas son capaces de mantener cierta disciplina gastronómica cuando comen en casa, pero la pierden cuando lo hacen fuera. Esta puede ser una de las causas más importantes de su fracaso a la hora de mantener un peso saludable. Veamos por qué, y qué podemos hacer para evitarlo.
Para la salud de la población, los problemas derivados de comer fuera de casa, sobre todo cuando es a diario por razones laborales, son de tal importancia que la Unión Europea ha financiado una campaña, Food, dirigida a mejorar los hábitos alimenticios de los que no pueden comer en casa. Está dirigida tanto a los particulares como a los establecimientos del sector de hostelería.
En primer lugar, a la hora de comer fuera deben distinguirse dos situaciones diferentes: cuando se hace de forma excepcional, por esparcimiento (celebraciones, reuniones, fiestas, en vacaciones, etc.), y cuando se hace a diario, por razones laborales. En las primeras suelen cometerse mayores excesos, si bien son mucho menos frecuentes y, por ello, su incidencia en el peso y la salud es menor, en general.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que el abuso en una celebración puede echar por tierra nuestros esfuerzos durante toda una semana en lo que a mantener el peso se refiere. El principal enemigo, en estos casos, es un argumento del tipo: "un día es un día". En otros casos, es la presencia de platos muy apetecibles y abundantes lo que nos puede hacer perder los papeles. Hay que estar prevenido e intentar no caer en ninguna de estas dos trampas.
Sin embargo, por su frecuencia, es el comer fuera a diario, por motivos laborales, lo que puede tener una mayor incidencia en nuestro peso. Por ello, es conveniente atender a los consejos de los expertos. El primero de ellos es pedir menús variados, equilibrados y saludables. Es decir, evitar caer en el frecuente error de pedir siempre lo mismo, intentar comer de todo (carne, pescado, pasta, verdura, fruta...) y abundar en lo más sano: sobre todo aceite de oliva, pescado, verdura, fruta y legumbres.
Igualmente, y aunque no hay que rechazar de forma absoluta ningún alimento (salvo indicación médica), procuraremos no excedernos con las grasas animales, embutidos, bollería industrial, dulces y refrescos. Y, también, es conveniente ser parcos con la sal. Por el contrario, ponen especial énfasis en beber sólo agua durante las comidas y en tomar cinco raciones diarias de frutas y verduras.
También recomiendan ciertos "trucos", como pedir medias raciones (o compartir platos) y recurrir preferentemente a la comida al vapor, al horno, a la parrilla o a la plancha, que son menos engordantes. Y, por supuesto, a veces se puede contemplar la posibilidad de evitar comer en estos locales. Por ejemplo, cambiando horarios o bien desayunando fuerte y llevándose una comida ligera de casa para tomarla en el propio lugar de trabajo. La báscula y la cartera saldrán ganando.
Para la salud de la población, los problemas derivados de comer fuera de casa, sobre todo cuando es a diario por razones laborales, son de tal importancia que la Unión Europea ha financiado una campaña, Food, dirigida a mejorar los hábitos alimenticios de los que no pueden comer en casa. Está dirigida tanto a los particulares como a los establecimientos del sector de hostelería.
En primer lugar, a la hora de comer fuera deben distinguirse dos situaciones diferentes: cuando se hace de forma excepcional, por esparcimiento (celebraciones, reuniones, fiestas, en vacaciones, etc.), y cuando se hace a diario, por razones laborales. En las primeras suelen cometerse mayores excesos, si bien son mucho menos frecuentes y, por ello, su incidencia en el peso y la salud es menor, en general.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que el abuso en una celebración puede echar por tierra nuestros esfuerzos durante toda una semana en lo que a mantener el peso se refiere. El principal enemigo, en estos casos, es un argumento del tipo: "un día es un día". En otros casos, es la presencia de platos muy apetecibles y abundantes lo que nos puede hacer perder los papeles. Hay que estar prevenido e intentar no caer en ninguna de estas dos trampas.
Sin embargo, por su frecuencia, es el comer fuera a diario, por motivos laborales, lo que puede tener una mayor incidencia en nuestro peso. Por ello, es conveniente atender a los consejos de los expertos. El primero de ellos es pedir menús variados, equilibrados y saludables. Es decir, evitar caer en el frecuente error de pedir siempre lo mismo, intentar comer de todo (carne, pescado, pasta, verdura, fruta...) y abundar en lo más sano: sobre todo aceite de oliva, pescado, verdura, fruta y legumbres.
Igualmente, y aunque no hay que rechazar de forma absoluta ningún alimento (salvo indicación médica), procuraremos no excedernos con las grasas animales, embutidos, bollería industrial, dulces y refrescos. Y, también, es conveniente ser parcos con la sal. Por el contrario, ponen especial énfasis en beber sólo agua durante las comidas y en tomar cinco raciones diarias de frutas y verduras.
También recomiendan ciertos "trucos", como pedir medias raciones (o compartir platos) y recurrir preferentemente a la comida al vapor, al horno, a la parrilla o a la plancha, que son menos engordantes. Y, por supuesto, a veces se puede contemplar la posibilidad de evitar comer en estos locales. Por ejemplo, cambiando horarios o bien desayunando fuerte y llevándose una comida ligera de casa para tomarla en el propio lugar de trabajo. La báscula y la cartera saldrán ganando.
Horarios de alimentación y exceso de peso
Horarios de alimentación y exceso de peso
Un trabajo confirma algo que los expertos ya sabían: comer por la noche, en contra de nuestro reloj biológico, puede llevar a la obesidad o ser un factor importante que nos conduzca a ella. Conviene, pues, seguir las pautas de actividad natural y comer a sus horas.
El reloj biológico o interno es el que nos acompasa los ritmos de nuestro cuerpo (comer, dormir, estar activo...) con los naturales (estaciones y día/noche, fundamentalmente). El más importante es el reloj circadiano, que regula el ciclo día/noche. Un ejemplo de la importancia de sincronizar ambos ciclos es cuando se desfasan, como consecuencia de un viaje largo en avión y sufrimos, durante varios días, el famoso y desagradable "jet lag". Este reloj biológico lo tienen todos los seres vivos, incluidos los vegetales.
Un estudio, realizado en la Universidad de Northwestern (Illinois, Estados Unidos) y publicado en la revista de "Obesity", ha profundizado en esta cuestión y llegado a un resultado interesante: comer fuera del horario natural, es decir, hacerlo por la noche, engorda. Los investigadores, encabezados por Fred Turek, mantuvieron durante seis semanas a dos grupos de ratones con una dieta rica en grasas.
Al primer grupo se le alimentó durante su horario natural (por la noche), es decir, de forma acompasada con su reloj biológico; al segundo, durante el día. Al final del experimento, el segundo grupo engordó bastante más que el primero. Turek concluye que alimentarse en contra del reloj biológico facilita la obesidad. En las personas, eso equivaldría a comer de noche.
Otros estudios abundan en la misma idea. Por ejemplo, se ha comprobado que quienes trabajan en turnos de noche (y, por tanto, suelen también comer de noche), tienden a ganar unos kilos de más. Otras investigaciones afirman que quienes comen después de la cena tienen propensión a aumentar de peso.
La razón de esto podría estar en que, si lo hacemos fuera del horario que nos marca nuestro reloj biológico, comemos un poco más y, por otra parte, el consumo de energía es menor. Como consecuencia de ambas cosas, engordamos; aunque los expertos recalcan que hay otros factores implicados en la aparición del sobrepeso o la obesidad.
Teniendo en cuenta lo anterior, las personas que tengan problemas con la báscula deberían tomar buena nota e intentar comer obedeciendo a su reloj biológico (es decir, evitar hacerlo de noche), y no contra él. Los propios autores de la investigación afirman que "simplemente modificar los horarios de las comidas puede afectar enormemente al peso corporal. Esto puede ser el principio del desarrollo de nuevas estrategias para combatir la obesidad". Con ello, probablemente no eliminaremos el problema del sobrepeso, pero puede ser una ayuda. Y en esta lucha tan difícil, cualquier ayuda es buena.
Un trabajo confirma algo que los expertos ya sabían: comer por la noche, en contra de nuestro reloj biológico, puede llevar a la obesidad o ser un factor importante que nos conduzca a ella. Conviene, pues, seguir las pautas de actividad natural y comer a sus horas.
El reloj biológico o interno es el que nos acompasa los ritmos de nuestro cuerpo (comer, dormir, estar activo...) con los naturales (estaciones y día/noche, fundamentalmente). El más importante es el reloj circadiano, que regula el ciclo día/noche. Un ejemplo de la importancia de sincronizar ambos ciclos es cuando se desfasan, como consecuencia de un viaje largo en avión y sufrimos, durante varios días, el famoso y desagradable "jet lag". Este reloj biológico lo tienen todos los seres vivos, incluidos los vegetales.
Un estudio, realizado en la Universidad de Northwestern (Illinois, Estados Unidos) y publicado en la revista de "Obesity", ha profundizado en esta cuestión y llegado a un resultado interesante: comer fuera del horario natural, es decir, hacerlo por la noche, engorda. Los investigadores, encabezados por Fred Turek, mantuvieron durante seis semanas a dos grupos de ratones con una dieta rica en grasas.
Al primer grupo se le alimentó durante su horario natural (por la noche), es decir, de forma acompasada con su reloj biológico; al segundo, durante el día. Al final del experimento, el segundo grupo engordó bastante más que el primero. Turek concluye que alimentarse en contra del reloj biológico facilita la obesidad. En las personas, eso equivaldría a comer de noche.
Otros estudios abundan en la misma idea. Por ejemplo, se ha comprobado que quienes trabajan en turnos de noche (y, por tanto, suelen también comer de noche), tienden a ganar unos kilos de más. Otras investigaciones afirman que quienes comen después de la cena tienen propensión a aumentar de peso.
La razón de esto podría estar en que, si lo hacemos fuera del horario que nos marca nuestro reloj biológico, comemos un poco más y, por otra parte, el consumo de energía es menor. Como consecuencia de ambas cosas, engordamos; aunque los expertos recalcan que hay otros factores implicados en la aparición del sobrepeso o la obesidad.
Teniendo en cuenta lo anterior, las personas que tengan problemas con la báscula deberían tomar buena nota e intentar comer obedeciendo a su reloj biológico (es decir, evitar hacerlo de noche), y no contra él. Los propios autores de la investigación afirman que "simplemente modificar los horarios de las comidas puede afectar enormemente al peso corporal. Esto puede ser el principio del desarrollo de nuevas estrategias para combatir la obesidad". Con ello, probablemente no eliminaremos el problema del sobrepeso, pero puede ser una ayuda. Y en esta lucha tan difícil, cualquier ayuda es buena.
La baja autoestima, ¿factor de riesgo para la obesidad?
La baja autoestima, ¿factor de riesgo para la obesidad?
Un amplio y prolongado estudio británico parece demostrar que la baja autoestima durante la infancia es un factor de riesgo de obesidad en la edad adulta. Además, afirma que la relación de causalidad es la contraria de lo que se pensaba: la baja autoestima lleva a la obesidad, y no al revés.
La investigación, que ha sido realizada por un equipo del King´s College de Londres y publicada en "BMC Medicine", se ha prolongado durante decenios, desde los años 70. Se estudió a 6.500 personas a la edad de 10 años. Se les midió su IMC (Índice de Masa Corporal) y se les hizo una evaluación psicológica, en la que, entre otras cosas, se midió su nivel de autoestima. Veinte años después, cuando esos niños y niñas cumplieron los treinta, se les hizo una nueva evaluación.
El resultado más importante es que aquellos niños que mostraron a los diez años un nivel más bajo de autoestima (aunque siempre dentro de la normalidad) fueron los que, de adultos, tuvieron más tendencia a la obesidad. También descubrieron que este efecto era más fuerte en las mujeres.
Los investigadores, encabezados por Andrew Ternouth y David Collier, concluyen que los problemas emocionales deben ser considerados un factor de riesgo para ocasionar la obesidad, que ya no sería solo un problema metabólico. Esto va contra la idea, comúnmente aceptada, de que la obesidad lleva a la baja autoestima; la relación causal sería justo la inversa.
Además, este estudio lleva a muchos expertos a recomendar unaintervención psicológica temprana en los niños con determinados problemas emocionales, a fin de poder evitar las consecuencias que estos podrían tener en la edad adulta; en este caso, la obesidad y sus indeseables consecuencias. Sin embargo, los propios investigadores reconocen la importancia de factores como el IMC de los padres, la dieta y el ejercicio.
Sin poner en duda, ni mucho menos, la validez de este estudio científico, desde Adelgazar.net queremos, sin embargo, hacer una lectura crítica del mismo, lectura que nos ha hecho poner los interrogantes en el título de este artículo.
En primer lugar, nos parece expuesto afirmar, sin más, que la causalidad es: baja autoestima – obesidad. Esto supondría que, a los 10 años, no existe problema previo de obesidad en los niños que manifiestan baja autoestima, y que dicha baja autoestima no puede haber sido ocasionada, al menos en parte, por su propia obesidad infantil. Esto va contra la evidencia de que se es obeso ya desde pequeño, con lo que, probablemente, las personas obesas a los treinta ya lo eran a los diez años.
Además, aunque aceptáramos que no había problema previo de obesidad en aquellos niños con baja autoestima a los diez años, podría haber ocurrido que el desarrollo de la obesidad en ellos produjera un menor nivel de autoestima, en un proceso de reforzamiento mutuo de las dos variables, que serían, en realidad, mutuamente causales.
Por lo que respecta a la importancia de la baja autoestima infantil en el desencadenamiento de la obesidad de adulto (y, repetimos, sin poner en duda la validez del estudio), es difícil aceptar que sea un factor decisivo. Si tenemos en cuenta el desmedido aumento de obesidad en los últimos tiempos y pretendemos achacarlo a una disminución igual de desmedida en la autoestima de los niños, llegaremos a conclusiones absurdas.
Sin embargo, lo que sí han cambiado han sido nuestras costumbres en nutrición y actividad física. He aquí al principal culpable
.
Un amplio y prolongado estudio británico parece demostrar que la baja autoestima durante la infancia es un factor de riesgo de obesidad en la edad adulta. Además, afirma que la relación de causalidad es la contraria de lo que se pensaba: la baja autoestima lleva a la obesidad, y no al revés.
La investigación, que ha sido realizada por un equipo del King´s College de Londres y publicada en "BMC Medicine", se ha prolongado durante decenios, desde los años 70. Se estudió a 6.500 personas a la edad de 10 años. Se les midió su IMC (Índice de Masa Corporal) y se les hizo una evaluación psicológica, en la que, entre otras cosas, se midió su nivel de autoestima. Veinte años después, cuando esos niños y niñas cumplieron los treinta, se les hizo una nueva evaluación.
El resultado más importante es que aquellos niños que mostraron a los diez años un nivel más bajo de autoestima (aunque siempre dentro de la normalidad) fueron los que, de adultos, tuvieron más tendencia a la obesidad. También descubrieron que este efecto era más fuerte en las mujeres.
Los investigadores, encabezados por Andrew Ternouth y David Collier, concluyen que los problemas emocionales deben ser considerados un factor de riesgo para ocasionar la obesidad, que ya no sería solo un problema metabólico. Esto va contra la idea, comúnmente aceptada, de que la obesidad lleva a la baja autoestima; la relación causal sería justo la inversa.
Además, este estudio lleva a muchos expertos a recomendar unaintervención psicológica temprana en los niños con determinados problemas emocionales, a fin de poder evitar las consecuencias que estos podrían tener en la edad adulta; en este caso, la obesidad y sus indeseables consecuencias. Sin embargo, los propios investigadores reconocen la importancia de factores como el IMC de los padres, la dieta y el ejercicio.
Sin poner en duda, ni mucho menos, la validez de este estudio científico, desde Adelgazar.net queremos, sin embargo, hacer una lectura crítica del mismo, lectura que nos ha hecho poner los interrogantes en el título de este artículo.
En primer lugar, nos parece expuesto afirmar, sin más, que la causalidad es: baja autoestima – obesidad. Esto supondría que, a los 10 años, no existe problema previo de obesidad en los niños que manifiestan baja autoestima, y que dicha baja autoestima no puede haber sido ocasionada, al menos en parte, por su propia obesidad infantil. Esto va contra la evidencia de que se es obeso ya desde pequeño, con lo que, probablemente, las personas obesas a los treinta ya lo eran a los diez años.
Además, aunque aceptáramos que no había problema previo de obesidad en aquellos niños con baja autoestima a los diez años, podría haber ocurrido que el desarrollo de la obesidad en ellos produjera un menor nivel de autoestima, en un proceso de reforzamiento mutuo de las dos variables, que serían, en realidad, mutuamente causales.
Por lo que respecta a la importancia de la baja autoestima infantil en el desencadenamiento de la obesidad de adulto (y, repetimos, sin poner en duda la validez del estudio), es difícil aceptar que sea un factor decisivo. Si tenemos en cuenta el desmedido aumento de obesidad en los últimos tiempos y pretendemos achacarlo a una disminución igual de desmedida en la autoestima de los niños, llegaremos a conclusiones absurdas.
Sin embargo, lo que sí han cambiado han sido nuestras costumbres en nutrición y actividad física. He aquí al principal culpable
.
¿Por qué tenemos exceso de peso?
La respuesta es sencilla: porque ingerimos más de lo que consumimos. Aunque ya nos han dicho esto en otras ocasiones, no queremos creerlo. Salvo algunos casos infrecuentes de enfermedades metabólicas, que para la mayoría de nosotros nuestro médico ya ha descartado, tenemos sobrepeso porque comemos más de lo que necesita nuestro cuerpo a la edad que tenemos y con el nivel de actividad física que desarrollamos.
De acuerdo, tenemos sobrepeso porque comemos más de lo que necesitamos. La siguiente pregunta sería... ¿por qué comemos en exceso?
Aquí podemos hablar de un conjunto de causas, algunas de las cuales no podemos modificar (como el factor hereditario) y otras sí:
Factores hereditarios: Es incuestionable que si tus padres fueron obesos, tendrás una tendencia a engordar mayor que la de alguien cuyos padres fueron delgados. Pero también es cierto que muchas personas utilizan este hecho para abandonarse, porque está ampliamente demostrado que, ante un cambio del entorno (como ir a vivir a otro país), personas con padres delgados se han hecho obesas, y a la inversa.
La edad: La energía consumida por el metabolismo basal (la energía que utiliza el cuerpo en situación de reposo) desciende de forma natural a partir de una cierta edad. Esto supone que si ahora tu cuerpo necesita 300 calorías menos que hace 10 años, si sigues comiendo lo mismo que entonces te encontrarás con un sobrante que se irá acumulando lentamente en forma de grasa.
Los hábitos de comportamiento: A lo largo de nuestra vida estamos permanentemente adquiriendo y modificando unos hábitos, que son los que en gran medida determinan nuestra forma de actuar. No analizamos la mayoría de las acciones que realizamos durante el día, no adoptamos una decisión consciente sino que las hacemos "automáticamente" porque tenemos el hábito de hacerlo. Por ejemplo, mucha gente cuando enciende la televisión al llegar a casa, lo hace "por costumbre", no porque haya pensado que es eso lo que desea hacer.
¿Significa esto que si tenemos en contra el factor edad o el factor hereditario (o ambos) ya no tenemos nada que hacer? ¿quizá entonces lo mejor sería aceptarnos como obesos?
Absolutamente NO. Aquellos factores que no podemos modificar nos reducen ciertamente el abanico de posibilidades, pero éste sigue siendo muy amplio: aunque nunca podré llegar a ser como Brad Pitt o como Julia Roberts (eso sí debo asumirlo), sí depende de mí que tenga un peso moderado en vez de una obesidad disparada.
La respuesta es sencilla: porque ingerimos más de lo que consumimos. Aunque ya nos han dicho esto en otras ocasiones, no queremos creerlo. Salvo algunos casos infrecuentes de enfermedades metabólicas, que para la mayoría de nosotros nuestro médico ya ha descartado, tenemos sobrepeso porque comemos más de lo que necesita nuestro cuerpo a la edad que tenemos y con el nivel de actividad física que desarrollamos.
De acuerdo, tenemos sobrepeso porque comemos más de lo que necesitamos. La siguiente pregunta sería... ¿por qué comemos en exceso?
Aquí podemos hablar de un conjunto de causas, algunas de las cuales no podemos modificar (como el factor hereditario) y otras sí:
Factores hereditarios: Es incuestionable que si tus padres fueron obesos, tendrás una tendencia a engordar mayor que la de alguien cuyos padres fueron delgados. Pero también es cierto que muchas personas utilizan este hecho para abandonarse, porque está ampliamente demostrado que, ante un cambio del entorno (como ir a vivir a otro país), personas con padres delgados se han hecho obesas, y a la inversa.
La edad: La energía consumida por el metabolismo basal (la energía que utiliza el cuerpo en situación de reposo) desciende de forma natural a partir de una cierta edad. Esto supone que si ahora tu cuerpo necesita 300 calorías menos que hace 10 años, si sigues comiendo lo mismo que entonces te encontrarás con un sobrante que se irá acumulando lentamente en forma de grasa.
Los hábitos de comportamiento: A lo largo de nuestra vida estamos permanentemente adquiriendo y modificando unos hábitos, que son los que en gran medida determinan nuestra forma de actuar. No analizamos la mayoría de las acciones que realizamos durante el día, no adoptamos una decisión consciente sino que las hacemos "automáticamente" porque tenemos el hábito de hacerlo. Por ejemplo, mucha gente cuando enciende la televisión al llegar a casa, lo hace "por costumbre", no porque haya pensado que es eso lo que desea hacer.
¿Significa esto que si tenemos en contra el factor edad o el factor hereditario (o ambos) ya no tenemos nada que hacer? ¿quizá entonces lo mejor sería aceptarnos como obesos?
Absolutamente NO. Aquellos factores que no podemos modificar nos reducen ciertamente el abanico de posibilidades, pero éste sigue siendo muy amplio: aunque nunca podré llegar a ser como Brad Pitt o como Julia Roberts (eso sí debo asumirlo), sí depende de mí que tenga un peso moderado en vez de una obesidad disparada.
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